600 años antes de que existiera Death Stranding ya había gente haciendo 300 kilómetros a pie en un día para entregar paquetes

600 años antes de que existiera Death Stranding ya había gente haciendo 300 kilómetros a pie en un día para entregar paquetes

La inesperada conexión entre Kojima y la mensajería de los incas previa al Descubrimiento de América

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Deathstranding

Hace unos días, en uno de esos ejercicios que podrían resultar improductivos ante ojos ajenos pero que siempre terminan desembocando en alguna joya escondida, caí en uno de mis habituales pozos de saltar de una curiosidad a otra para cruzarme con una historia que inevitablemente me hizo pensar en Death Stranding.

Aprovechando que a la saga de Kojima le queda poco para volver a volarnos la cabeza, hoy quiero entregaros otra de esas curiosidades ideales para no hablar de política durante la próxima cena familiar de Navidad: los chasqui. Una red de repartidores capaz de llevar pescado fresco de una punta a otra del Imperio Inca en apenas un día.

La realidad siempre supera a la ficción

Aunque el juego de Kojima parece tomar su inspiración de repartidores mucho más recientes, nunca dejará de sorprenderme la dualidad entre los futuros apocalípticos y la inevitable necesidad de volver al pasado para representarlos. Lo de los palos y piedras tras una hipotética tercera Guerra Mundial es un ejemplo con mucho más recorrido del que podríamos pensar.

Para quienes no hayan jugado a Death Stranding, la premisa parte de un mundo roto en el que las infraestructuras han caído por completo y la civilización se apoya en una serie de valientes repartidores que se encargan de conectar unos asentamientos con otros mientras entregan bienes que se reclaman de una zona a otra del país.

Aunque los vehículos terminan siendo una parte importante de ese proceso, tal y como en su día los caballos y los carros fueron parte protagonista de la mensajería, gran parte de esos viajes se realizan a pie, a menudo en orografías poco amigables que convierten el viaje en toda una hazaña.

Permitidme presentaros un mundo en el que los repartos de mercancías no gozaban ni de caballos que agilizasen el proceso ni de ruedas que aliviaran la carga, el sistema de mensajería del siglo XV que impulsó el crecimiento el Imperio Inca.

300 kilómetros en un día a pie

Antes de meternos en harina, dos detalles previos. El primero ser conscientes de la inmensa extensión del territorio Inca, desde Ecuador hasta Chile de norte a sur, y con unas 16 horas en coche desde la costa más cercana hasta la capital del Imperio, Cuzco. Sin caballos o ruedas, la idea de que el emperador de Cuzco pudiese comer pescado fresco parece ciencia ficción.

Sin embargo, con los caballos a casi 100 años de aparecer por aquellas costas de la mano de los europeos, y con un terreno que imposibilitaba el uso de vehículos por culpa de los desniveles (no es que no hubiesen inventado la rueda, es que les resultaba menos eficiente), el Imperio Inca creó una red de mensajería capaz de transportar esa pesca en sólo un día.

De la mano de los Chasqui, a menudo hijos de jefes locales como muestra de compromiso y lealtad con la inmensa importancia de su trabajo, esta red de mensajeros recorría el Imperio con puestos de control situados a entre tres y cinco kilómetros de distancia entre ellos.

Machu Pichu

La idea era que, en forma de relevos, los Chasqui recorrían esas distancias corriendo mientras pasaban los mensajes o paquetes de un puesto a otro. Y tal y como recogía Garcilaso de la Vega, esa era la distancia ideal para que pudiesen correr con ligereza y aliento sin llegar a cansarse.

El Death Stranding el Imperio Inca

Chasqui

A más o menos una hora de camino entre unos puestos y otros, la distancia parecía ser la ideal para que, escaleras y desniveles mediante, un Chasqui pudiese correr todo lo posible para entregar su paquete antes de que el agotamiento hiciese mella, momento en el que tocaba su trompeta (caracolas marinas, en realidad) para avisar al siguiente relevo y que este se preparase para recoger la mercancía y continuar la marcha.

La distancia también hacía posible que, con inmensas columnas de humo situadas en cada puesto de control, el aviso de un posible ataque pudiese llegar de una zona a otra en apenas un par de horas, lo que para recorridos de unos 300 kilómetros resulta bastante impresionante.

Con una red de caminos pavimentados que salvaban desniveles y barrancos mediante puentes y escaleras, los Chasqui podían recorrer el Imperio con relativa facilidad sin tener que recurrir a unas ruedas que, además de haber hecho más lento el proceso, no habrían podido enfrentarse a aquellos inmensos cambios de altitud cimentados en escalones.

Una hazaña demencial que mantenía al Imperio conectado y protegido tal y como Sam Porter Bridges hacía en los colapsados Estados Unidos durante la trama de Death Stranding. Bajo la cantinela de la realidad supera a la ficción, la historia de los Chasqui es perfecta para llorar aún más la próxima vez que un paquete no te llegue a tiempo.

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